La siguiente descripción de JESUCRISTO fue escrita por Publius Lentrelus, ciudadano de Judea durante el reinado de Tiberio César. Allí vive
en este momento en Judea un hombre de virtud singular cuyo nombre es
Jesucristo, a quien la estima bárbaros como un profeta, pero sus seguidores
aman y adoran a él como el hijo del Dios inmortal. Él llama a los
muertos de las tumbas y cura toda clase de enfermedades con una sola palabra o
el tacto. Es un hombre alto y bien
formado, y de un aspecto amable y temible, su pelo de un color que difícilmente
puede ser igualada, cayendo en rizos agraciados, ondeando alrededor y muy
agradable en cuclillas sobre sus hombros, con raya en la corona de la cabeza,
corriendo como un arroyo en la parte delantera de la moda después de los
nazarenos. Su frente alta, grande e
imponente, sus mejillas sin mancha ni arruga, hermosa, con un precioso color
rojo, su nariz y su boca formó con exquisita simetría, su barba, y de un color
adecuado para el cabello, llegando por debajo de la barbilla y se separaron en
el medio, como un tenedor, sus ojos de color azul brillante, claro y sereno. Mira inocente,
digno, valiente y maduro. En la proporción del cuerpo
más perfecto y cautivador, sus brazos y manos exquisitas para la vista. Reprende con
majestad, consejos con suavidad, su dirección general sea de palabra o de
hecho, ser elocuente y grave. Nadie lo ha visto reír, pero
sus modales son muy agradables, pero ha llorado frecuentemente en presencia de
los hombres. Es modesto y sabio. Un hombre por su
extraordinaria belleza y perfección, superando los hijos de los hombres en
todos los sentidos.
miércoles, 22 de agosto de 2012
Carta escrita por Poncio Pilatos y dirigida a Tiberio Cesar
A continuación les
leeré extractos de una carta escrita por Poncio Pilatos y dirigida a Tiberio
Cesar, en las que describe la apariencia física de Jesús, las copias de esta
misiva se encuentran en la librería del congreso en Washington, D.C.
Carta a Tiberio
César: Apareció en Galilea un hombre joven, que en nombre del Dios que lo
envió, predicaba humildemente una nueva ley. Primero temí que su intención
fuera sublevar al pueblo contra los romanos. Pero pronto se borraron mis
sospechas. Jesús de Nazaret habló más bien como un amigo de los romanos, que de
los judíos.
Cierto día observé en
un grupo de personas, a un hombre joven que, apoyado en el tronco de un árbol,
hablaba tranquilamente a la multitud que le rodeaba. Se me dijo que era Jesús.
Esto podía haberlo supuesto fácilmente, por la gran diferencia que había entre
el y aquellos que le escuchaban.
Su pelo rubio y su
barba le confirieron a su apariencia un aspecto celestial. Parecía tener unos
30 años. Nunca antes había visto una faz más amable o simpática. Qué diferencia
tan grande había entre él y los que le escuchaban, con sus barbas negras y su
tez clara. Como no deseaba molestarle con mi presencia, proseguí mi camino,
indicándole sin embargo a mi secretario que se uniera al grupo y escuchara.
Más tarde mi
secretario me informó que jamás había leído en las obras de los filósofos nada
que pudiera compararse con las enseñanzas de Jesús. Me informó que Jesús no era
seductor ni agitador. Por ello decidimos protegerle. Era libre de actuar, de
hablar y de reunir al pueblo. Esta libertad ilimitada provocaba a los judíos,
los indignaba y los irritaba; no a los pobres, sino a los ricos y poderosos.
Más tarde escribí una carta a Jesús y le pedí una entrevista con él en el
Pretorio. Acudió. Cuando el nazareno apareció estaba yo dando precisamente mi
paseo matinal y al mirarle, mis pies parecían aferrados con correas de hierro al
piso de mármol, temblando yo con todo el cuerpo cual un ser culpable, a pesar
de que él estaba tranquilo. Sin moverme, admiré durante algún rato a este
hombre excepcional. Nada había en él ni en su carácter que fuera repulsivo;
pero en su presencia sentí un profundo respeto. Le dije que él y su
personalidad estaban rodeados de una contagiosa sencillez que el situaba por
encima de los filósofos y maestros de su tiempo. A mí y a todos nos causó una
honda impresión debido a su amabilidad, sencillez, humildad y amor.
Éstos, noble y
soberano, son los hechos que atañen a Jesús de Nazaret. Y me tomé tiempo para
informarte de los pormenores acerca de este asunto. Opino que un hombre que
sabe transformar el agua en vino, que cura a los enfermos, que resucita a los muertos
y apacigua a la mar embravecida, no es culpable de un acto criminal. Y como
otros han dicho, debemos admitir que es realmente el hijo de Dios.
Tu obediente servidor. - Poncio Pilatos -.
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