miércoles, 22 de agosto de 2012

Descripción de Jesucristo escrita por Publius Lentrelus

La siguiente descripción de JESUCRISTO fue escrita por Publius Lentrelus, ciudadano de Judea durante el reinado de Tiberio César. Allí vive en este momento en Judea un hombre de virtud singular cuyo nombre es Jesucristo, a quien la estima bárbaros como un profeta, pero sus seguidores aman y adoran a él como el hijo del Dios inmortal. Él llama a los muertos de las tumbas y cura toda clase de enfermedades con una sola palabra o el tacto. Es un hombre alto y bien formado, y de un aspecto amable y temible, su pelo de un color que difícilmente puede ser igualada, cayendo en rizos agraciados, ondeando alrededor y muy agradable en cuclillas sobre sus hombros, con raya en la corona de la cabeza, corriendo como un arroyo en la parte delantera de la moda después de los nazarenos. Su frente alta, grande e imponente, sus mejillas sin mancha ni arruga, hermosa, con un precioso color rojo, su nariz y su boca formó con exquisita simetría, su barba, y de un color adecuado para el cabello, llegando por debajo de la barbilla y se separaron en el medio, como un tenedor, sus ojos de color azul brillante, claro y sereno. Mira inocente, digno, valiente y maduro. En la proporción del cuerpo más perfecto y cautivador, sus brazos y manos exquisitas para la vista. Reprende con majestad, consejos con suavidad, su dirección general sea de palabra o de hecho, ser elocuente y grave. Nadie lo ha visto reír, pero sus modales son muy agradables, pero ha llorado frecuentemente en presencia de los hombres. Es modesto y sabio. Un hombre por su extraordinaria belleza y perfección, superando los hijos de los hombres en todos los sentidos.

Carta escrita por Poncio Pilatos y dirigida a Tiberio Cesar


A continuación les leeré extractos de una carta escrita por Poncio Pilatos y dirigida a Tiberio Cesar, en las que describe la apariencia física de Jesús, las copias de esta misiva se encuentran en la librería del congreso en Washington, D.C.
Carta a Tiberio César: Apareció en Galilea un hombre joven, que en nombre del Dios que lo envió, predicaba humildemente una nueva ley. Primero temí que su intención fuera sublevar al pueblo contra los romanos. Pero pronto se borraron mis sospechas. Jesús de Nazaret habló más bien como un amigo de los romanos, que de los judíos.
Cierto día observé en un grupo de personas, a un hombre joven que, apoyado en el tronco de un árbol, hablaba tranquilamente a la multitud que le rodeaba. Se me dijo que era Jesús. Esto podía haberlo supuesto fácilmente, por la gran diferencia que había entre el y aquellos que le escuchaban.
Su pelo rubio y su barba le confirieron a su apariencia un aspecto celestial. Parecía tener unos 30 años. Nunca antes había visto una faz más amable o simpática. Qué diferencia tan grande había entre él y los que le escuchaban, con sus barbas negras y su tez clara. Como no deseaba molestarle con mi presencia, proseguí mi camino, indicándole sin embargo a mi secretario que se uniera al grupo y escuchara.
Más tarde mi secretario me informó que jamás había leído en las obras de los filósofos nada que pudiera compararse con las enseñanzas de Jesús. Me informó que Jesús no era seductor ni agitador. Por ello decidimos protegerle. Era libre de actuar, de hablar y de reunir al pueblo. Esta libertad ilimitada provocaba a los judíos, los indignaba y los irritaba; no a los pobres, sino a los ricos y poderosos. Más tarde escribí una carta a Jesús y le pedí una entrevista con él en el Pretorio. Acudió. Cuando el nazareno apareció estaba yo dando precisamente mi paseo matinal y al mirarle, mis pies parecían aferrados con correas de hierro al piso de mármol, temblando yo con todo el cuerpo cual un ser culpable, a pesar de que él estaba tranquilo. Sin moverme, admiré durante algún rato a este hombre excepcional. Nada había en él ni en su carácter que fuera repulsivo; pero en su presencia sentí un profundo respeto. Le dije que él y su personalidad estaban rodeados de una contagiosa sencillez que el situaba por encima de los filósofos y maestros de su tiempo. A mí y a todos nos causó una honda impresión debido a su amabilidad, sencillez, humildad y amor.
Éstos, noble y soberano, son los hechos que atañen a Jesús de Nazaret. Y me tomé tiempo para informarte de los pormenores acerca de este asunto. Opino que un hombre que sabe transformar el agua en vino, que cura a los enfermos, que resucita a los muertos y apacigua a la mar embravecida, no es culpable de un acto criminal. Y como otros han dicho, debemos admitir que es realmente el hijo de Dios.
Tu obediente servidor. - Poncio Pilatos -.